domingo, 6 de mayo de 2012

¿Por Qué Empezar Algo Que No Lleva A Nada?


Porque me moriría de miedo, agazapado en un rincón y con los brazos sobre la cabeza para protegerme. También porque dedicaría un tiempo absurdo en pensar en el simio que fui, hace millones de años, tan sólo por esos surcos que tengo en el dorso de mis dedos y que observo mejor a trasluz en la penumbra de alrededor. Por el frío, porque hace temblar mi cuerpo media hora después de haber sentido la alarma. Incluso por el recuerdo del pasado, como el abuelo, como este escrito, que empieza la conversación de un modo y termina en el más inesperado, por lo que recuerdo el cazo de leche sobre el fuego y miro de reojo el microondas del futuro. Por demasiadas cosas, supongo, que empiezo algo que no lleva a nada, y porque las mejores cosas surgen de la nada, de la improvisación, de algo que nunca estaba preparado. Como la parte final de la asíntota que tendía al infinito, puntos que se van acercando cada vez más, pensamientos que se van agolpando hasta el silencio. Por el silencio, porque desde lo más inteligente hasta lo más absurdo y despreciable llevan al silencio. Por la intuición o por la visión, por querer ver y por creerlo, por lo que puede ser, por esa esperanza religiosa. También por la rectitud y por la perfección científica, por su exhaustividad que nos deja a todos exhaustos, enloquecidos, enrarecidos, y, por qué no: jodidos y más perdidos. Tal vez porque nada lleva a nada, porque lo más insignificante “es”, porque yo le otorgo a “ser” una gran importancia, porque me planteo algo sobre todo lo que existe (y si no, ya lo haré). Y porque nunca me gustaron las despedidas y siempre los ¿Qué hay de nuevo?

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