Si está tan oculto es porque no
debe mostrarse. Yo, mientras lo busco, me pierdo en alguna de sus dimensiones,
en la que no está presente pero sobre la que se proyecta. En esta dimensión, es
tan inasible su esencia que puedo ver su reflejo durante instantes y verlo
desaparecer antes de que pueda escribirlo. O bien puedo verlo meterse en esos
cuerpos que caminan, y mirarme a través de sus ojos y jugar conmigo: así se
dispara mi incertidumbre y es imposible descifrar por lo opaco de sus miradas.
Pero también en esta dimensión, a medida que me hago mayor, aparecen más y más
cosas que difractan esta única dimensión que conozco en muchas otras. Son cosas
como el tiempo, que hace que se eleven más las palmeras o que se estilicen sus
troncos hasta engordarlos arriba por donde crecen sus nuevas generaciones. Es
el tiempo y es el jardinero con sus razones, que yo desconozco. Pero igual que
no sé de la vida del que tala palmeras, tampoco sé del fontanero que sabe qué
camino recorren mis heces y cómo las guía hasta la tierra, ni tampoco del que
las recoge y hace de ellas alimento para los que serán los más bellos
vegetales. En sus vidas ya me pierdo, en sus conocimientos, y no son más,
aunque mucho, que una imprenta translúcida de lo que verdaderamente busco. A
veces trazo paralelas perspectivas creyendo que en la original matemática está
el brillo de dios, pero quizás en ella no haya más que las respuestas y los
embrollos del hombre, todo junto. Aunque aplico mi lógica, en parte mala, en
parte basada en el conocimiento de los libros, aunque quiero saber y aprender,
el fuego de la verdad quema demasiado para que lo pueda resistir mi débil
cuerpo de cera.
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