Me descubro desnudo ante ti, mi
dios, mi juez, mi verdugo, sin dobleces, sin mentiras, sin escudos. Y no puedo
negarte mis pecados, mis males... Te miro, piedra egregia, sin fallos, sin
miedos, y cualquiera de tus lados son esquirlas, alambres electrificados. Todas
mis palabras serán esquivadas, estoy perdido, estoy perdiendo, porque allá
donde falle habrá un calambre de vuelta; no puedo ganar con quien no tiene nada
que perder. Así, pluma en mano, me defiendo contra el fuego de tu disparo,
todavía hiriente en mi memoria, entrañas revueltas y olor a hierro,
rezongándote con mis simplezas y con mis sueños. Así, con el humo de la derrota
me defiendo, sin herir, buscando el agujero, alejándome de la muerte y
acercándome a la profundidad de la glotis. Femenino, alocado, niño, meto en un
bote de espárragos mi odio, tu pasado, tus deseos, mi vergüenza, mis pulmones,
los tuyos, mi empatía y mi envidia, mi decepción, mis puños, mi muerte, tu
libertad, mi respeto, mis llantos de debilidad, mi pobreza de espíritu, mis obsesiones,
tus elecciones, el azar, las pulsiones, la imaginación, las necesidades, la
realidad, mis bajones, tu victoria...para, quizás, esta noche, comenzar a tragármelos
todos, uno a uno, poco a poco...
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