Desde hace ya algún tiempo creo que mucho queda escrito en el aire. Se esparce mi cuerpo entre todos los rincones de esta habitación, mi perfume, mi esencia, durante algunas horas, pero quizás muchas. Sólo lo creo, no lo sé. Se queda en el aire el humo, durante horas, durante días, pero también el pan tostado y el vapor del alcohol saliendo por mi respiración, y hasta el miedo silencioso se huele. Porque quizás todo esté en todas partes. Se queda el olor del sudor, el aroma del sueño, mis palabras de café en el viento. También estás tú en el humo que fumo, porque mi tabaco estuvo días en tu bolso. Y estás en los espejos, en los vasos, en la cama, en las escaleras, porque en algún momento estuviste en ellos, aunque hoy no estés aquí. Pero no sólo es de aroma lo que persiste. También es el ruido y los sonidos, la música, el cristal sobre la madera, el plástico sobre el mármol, el latón contra el hierro. Se esparcen y llenan cada franja vacía de esta habitación. El sonido va y vuelve muchas veces, pero no es tan perenne como el olor, que se queda, que refleja, aunque uno y otro son tan eternos como mi memoria: recuerdo el olor de tus palabras, hace ya tanto tiempo, diciéndome: nunca sabrás a dónde te llevará el camino porque nunca lo has recorrido y en el camino no encontrarás piedras que floten por más que quieras.
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