El Pensamiento Mágico es la esencia que queda en el aire cuando
chascas dos piedras prendedoras de fuego, tras la chispa. También es fruto de
la cultura histórica, del miedo que generan las preguntas de la religión, de la
necesidad. Si no hay sentido, orden geométrico, si no hay algo más, algo que
nos supere, las cosas se hacen pesadas, demasiado físicas, insulsas. Si no hay
alma, el cuerpo se hace efímero, débil, pobre. El pensamiento mágico nace por
la necesidad de ver más, por la necesidad de alma, para trascender. Todo parece
ser poco, cuando en cada cosa hay un mundo que no vemos, como en el cuerpo. El
ser humano pasa rápido por las cosas, no se detiene en muchas sino en pocas o a
veces en ninguna. Es más fácil tener pensamiento mágico que intentar descifrar
la realidad y la verdad de cada cosa insignificante (a los ojos de muchos). No
hay ambición de búsqueda y de aprendizaje porque la comodidad vence, vence la
mente en blanco que produce ver la televisión y vence la obligación de un
trabajo rutinario e inconsciente en pro del desarrollo. Pensar produce poco, es
una realidad. También hay pensamiento mágico cuando entiendo la vida como una
gran espiral de succión, un agujero negro que nos lleva indefectiblemente al
fin, al exterminio, y no a una posible resurrección milagrosa en las orillas de
una playa exótica. A veces pienso que mi literatura, mis metáforas, están más
cerca de la belleza mágica que de la progresista matemática.
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