Estaba cerca. Podía sentir su
calor abrasador. Yo era fino como el papel de fumar, papel de arroz, de
cebolla, casi transparente. Si me acercaba más sabía que iba a arder en
segundos. Pensaba en ellas y las sentía poderosas, semejantes pero distantes.
Me daban miedo, tanto como para callar, como para no decir nada y contemplarlas
con respeto, aunque desde cerca. Yo también soy humano, pero otro humano
distinto: no poseo, no tengo, no desprendo, no pretendo, no me creo, no
trasciendo, no vuelo. Es el miedo el que me hace pequeño y poco, y superarlo lo
que me permita calmar la mirada, serenar el espíritu y sentirme fuerte y hecho.
Pero la verdad es que las veo y me dan miedo. No hay palabra elocuente, ni idea
diferente y curiosa, ni gesto mágico y electrizante, ni poder, ni protección,
ni posibilidad. Parece que no me hierve la sangre, que se mantiene helada,
parada, expectante; ya me lo dice quien se atreve a pensarme y expresarlo,
aunque no se lo ponga fácil. Yo me excuso en el futuro, en otros tiempos
mejores y más positivos, en el dinero que me otorgue capacidades, en la idea de
verme más alto, aunque quizás vuelva de nuevo, entonces, en la falsedad de ese
sueño futuro, la verdad de mi presente: estaba cerca y no supe qué decir,
estuve bloqueado, ausente, miedoso, torpe...lo que soy: demasiado pequeño, tan
vacío, para no poder compartir.
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