Los robots de mi generación
somos de lo supuestamente mejor del momento. Podemos hacer operaciones matemáticas
y leer, doblar la ropa e incluso cocinar. Las nuevas generaciones son menos teóricas
y más prácticas, mientras que nuestros ancestros chirriaban y tenían semividas
más cortas. Nosotros poseemos unas calidades vitales de las que ya las nuevas
generaciones de robots se han visto desprovistas, como que todavía esperamos o
recordamos tiempos buenos. Nosotros somos máquinas de comunicación rápida,
veloces y ágiles, engrasados con el mejor lubricante. Tenemos tanto que no nos
cuesta ceder algo. Podemos sonreír, bailar, conducir y movernos alucinantes
hasta el amanecer. No tenemos hambre y prácticamente no necesitamos beber:
estamos repletos desde hoy hasta el año siguiente. En cualquier lugar
encontramos la energía necesaria y el frío, y el calor en las mantas, bajo las
farolas o en las luces de la ciudad que nunca descansa. Descansamos por placer
y sufrimos sin sufrir por continuar el hilo. Somos los Dosmiles, mejores que nuestros antecesores que chirriaban, mejores
que nuestros sucesores que les faltan conexiones…
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