Sigo caminando en la
sutil línea negra de tus ojos, sigo viéndolo todo amplificado, grande y lento.
Nada ha cambiado desde que empezó el perenne diálogo interior conmigo mismo, hace
ya bastantes años. Sigo creyendo, sigo pensando que las palabras pueden cambiar
vidas, incluso despertar a los muertos y más todavía cuando el papel es
tremendamente fino, de fumar, y la tinta tan espesa que se corre con los dedos
y queda en ellos durante días. Sigo esperando aunque nada haya cambiado y tú
sólo pienses en tu futuro y no en el nuestro, aunque hayas olvidado mi nombre,
mis gestos callados o mi calor estirándose invisible hasta tu cuello. Tú
representas mi añoranza, mi deseo de convertirlo todo en realidad desde el
pensamiento, desde el sueño del niño con los ojos cerrados hacia lo adulto, del
adulto que, siéndolo, corre más deprisa que el tiempo para nunca llegar a
serlo. Pero eres más real en lo que pienso que con el cuerpo, que cuando voy a
abrazarte, cuando te leo, te desvanecen mis abrazos y mis palabras, como humo.
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