Detrás
de esos ojos dormidos, de ese cuerpo pequeño, frágil e inerte, tras esa gran
quietud catatónica, existe una creación despierta y muy tranquila. ¡Quién
pudiera vivir dormido como el artista! La vida exige nervio, cara de frente y
pérdida, para ganar la miseria del dinero. ¡Quién pudiera vivir sin afrentas y
sin marcados tiempos! En lo inútil que veía ella en el arte, yo descubro un
mundo y una puerta, un rato más al lado del niño y un momento más para volver a
serlo. Pero seguro que es mucho más, y seguro que es su expresión un acto
egoísta, un puñetazo frío, para que, al menos yo, la siga recordando. Pero es
triste recordar por el golpe y no por el acto artístico. Yo mientras sigo
malgastando el tiempo en mejorar algo básico como es perfilar el cómo decirlo,
que está más cerca de mezclar color en el engrudo e imprimirlo apretando la
mano contra el papel, más cerca de la reiteración enfermiza, que del puñetazo
frío.
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