Me puede dar pena verlo tan
así, cubierto de chaquetas de diferentes colores y texturas, sentado frente al
fuego y oliendo a leña quemada y días sin ducha, fumando dos cigarros
diferentes al mismo tiempo, solitario, nadie, ahora recostando la nuca sobre el
respaldo del sillón verde antiguo y estropeado, ahora con los ojos abiertos
mirando al frente fijamente sin prestar atención a nada. Me puede dar pena y
puedo verlo hecho un harapo, preguntándose quizás si va con hache o sin ella
esa palabra que nadie utiliza ya, o pensando en cosas que no se sostienen de
pie o hablando a solas con un enemigo inexistente que le plantea las
diferencias entre ellos. Lo puedo ver temiendo a su propia sombra y a las
extrañas, mirando de soslayo con desconfianza, en el paro, loco y sin saber qué
hacer, o frotando una piedra irregular entre las manos esperando a darle una forma
esférica como si de plastilina se tratara. Puedo verlo oliéndose en la barba la
esencia de las últimas cosas que pasaron por su boca, lamiéndose el bigote y
temiendo por su vida. Y lo veo moviendo los dedos de los pies al compás de una
música triste y de madrugada, en una burbuja de silencio frío, hurgándose la
nariz, rascándose el muslo por detrás, sintiendo que con todo eso está
estimulándose y alargando su vida. Y lo he visto hablando en la calle con
algunas personas: la mujer joven tardó segundos en ignorarlo, después de mirar
desde el suelo a sus ojos e intentar descifrar lo que le decía; la mujer
anciana arrugó más su rostro, apretó los labios hacia dentro y también las
comisuras y las mejillas, subió las hombros para expresar con todo esto su
duda, y miró al suelo. Casi veinte minutos lo soportó algún amigo, similar a
él, vestido con prendas dispares, gafas oscuras y barba larga. Pero es posible
que el otro estuviera más pendiente de su propia locura que de la de su amigo,
porque aquél se frotaba la cara con una mano y miraba a todos sitios
preocupado, menos a su contertulio. Podría darme pena, claro está, por lo
estrambótico de su persona, por ser antisocial, solitario, raro, pero podría
admirarlo por vivir al margen, en su propio margen, ausente de toda obligación
desagradable, libre de toda moda y atadura impuestas, tranquilo y relajado,
quién sabe si inteligente pero lector y escritor, dedicándole tiempo a sus
propios demonios interiores y no dejándolos apartados y sueltos, manteniendo a
poca gente cerca pero sin estar rodeado y solo al mismo tiempo, impulsando la
pregunta y la reflexión en el resto, dueño de sí mismo y pudiendo descansar del
incesable pensamiento...
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