jueves, 2 de mayo de 2013

Se Acaba La Vida


Muchas noches no me dejo dormir y espero desde el balcón a que aparezca una luz verde y brillante surcando el cielo, o espero en la cama a que venga cualquiera a acostarse a mi lado. No me dejo dormir aunque esté muriendo de sueño, porque así transgredo todo lo impuesto contra lo que inhumanamente lucho, para sentirme libre, fuerte y único. En esa lucha nace una de mis enfermedades, que, cuando el cuerpo no resiste, se manifiesta como náuseas, vértigos, vómitos y mareos. No me siento a gusto siendo fluido, dejándome llevar por los sitios por donde no quiero ir, pero es difícil romper la piedra a fuerza de falanges, de puñetazos, y el ímpetu de las aguas frenéticas que recorren entre esos muros de piedra, me arrastra cegado e impasible hacia la muerte, sin apenas dejarme apear por semanas, sin dejarme disfrutar del sabor de un café y del humo que envuelve las palabras que escribo. Hoy lo tengo, hoy estoy quieto y escribo, pero en toda esa vorágine pienso cuando, mañana, no pueda despertar al placer de no estar ligado al tiempo, a la norma, al cuerpo débil, a la enfermedad, a la obligación, a los modales, a la ansiedad y a la prisa. Muchas veces no me dejo dormir y me mantengo despierto, como adorando mis propios pensamientos, como si nunca hubiera un mañana para seguir pensando y escribiendo, porque sé que, tras un ahogo tonto, se acaba la vida.

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