Paralelas y verticales, sin aire. No hicieron las calles
para los viajeros nerviosos o inquietos o preocupados. Aún es peor en las
ciudades grandes. Me pierdo en la geometría mudéjar, aunque intento soportarla
en las esquinas tranquilas, con poca luz, pequeñas y con película del oeste. Me
canso de dar vueltas cuando ya lo conozco en su mayoría, pero me sorprendo
absorbiéndolo todo, cada recodo, cada portal colorido, cada rostro, sobre todo
cuando sé que puedo retomarlo en el futuro. Y sigo escribiendo, tal vez, nada
más, por su efecto analgésico, ansiolítico, con sus metáforas paralelas y
verticales, como las calles de este pueblo pequeño, que me vencen en el tiempo,
en el peso, en la presencia. Yo, café erguido, loco y creando neologismos, sigo
caminando perdido buscando un piso quieto y antiguo donde poder generar mi
agujero negro.
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