Me entró miedo. Tuve que
callar, guardar silencio. Conforme miraba más a mi alrededor, más congoja me
entraba. Había muchos, éramos cientos. Muchas veces, para no identificarme con
el género, con el grupo, tomo una parte de muchos de los sujetos. Algunas veces
cojo varias piezas, partes del todo. Esta vez fue el cuádriceps, el gran
músculo por encima de la rodilla hasta la ingle. Eran fuertes, se perfilaban
perfectos en la piel. Otros no se veían, tapados por tela fina. Colores hubo
cientos, o miles, porque el color se mezclaba con las figuras y las formas. El
color no era por sí solo color, sino una mezcla, como un rombo negro o blanco,
líneas rojas sobreelevadas, herraduras verdes enlazadas…Me vi a mi mismo desde
fuera, desdoblado, también con mis propios colores y formas: franjas blancas y
rosas; diferente, elegantemente cómodo, ausente pero pendiente, y todo mi mundo
interno gritaba diciendo: ¡Somos muchos buenos! ¡Cada uno por dentro también
está fluyendo! Y me entró miedo y me sentí pequeño, y pensé que entonces
ninguna idea, ningún escrito, iba a llegar a nada que consiguiera complacerme.
El miedo (depredador cruel y voraz según Kapuscinski) es necesario siempre y cuando no te paralice. Y sigas escribiendo.
ResponderEliminarR
¡Gracias por el comentario, R! Supongo que hay algunas veces en las que el miedo sí me paraliza de verdad, pero es curioso porque me paraliza y me da qué pensar, es como una quietud silenciosa de reflexión. Después siempre sigo escribiendo. Gracias también por descubrirme a alguien nuevo, Kapuscinski, a quien no conocía. ¡Nos encontramos en las palabras, y en Loqosea! Un abrazo
ResponderEliminar