Cada estructura tiene su propia personalidad porque yo le ofrezco
una vida, como a mi olvidada agenda roja, tan complicada, tan seria, de la que
me acuerdo una vez al mes. También es cierto que durante cortos períodos de
tiempo tenemos unos seguidos momentos de placer profundo. O como el bolígrafo,
cubierto de pelos de tabaco en el fondo del saco; hoy con un rostro y mañana
con otro, pero siempre activo a horas locas, a deshora, acostumbrado a trabajar
con los ojos hinchados de sueño. Y también el cuerpo, títere como de madera
pero de carne, cables, vasos y hueso, tiende a vivir como yo le digo, el
creador: José Luis. Es complicado mover el cuerpo siempre con el mismo gesto,
con la misma esencia, así: ni demasiado hombre, ni demasiado mujer, y me muevo,
más allá de mis órdenes, como mis ancestros, pues yo soy ellos y ellos como sus
ancestros. Me pregunto así, cuál era el loco de mis más viejos, el que adoraba
el calor del fuego con el cuerpo y con el cerebro, o el que mezclaba todo lo
mismo para obtener uno distinto. Todo tiene vida, hasta que yo, el creador,
dios, decido caer en el sueño para que lo muerto se apague.
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