No hablaré del tiempo
transcurrido tomando como referencia los escritos, pues, aunque vivo en ellos y
a través de ellos, no completan éstos todas mis vivencias. Cumplo un año de
nuevos escritos, casi setenta, de cambios y de nuevas situaciones. Ha sido,
en parte, tan pesado como hasta reducir el número de encuentros conmigo mismo
para escribir. Eso es bueno y malo, pero ambos siempre van cogidos de la mano.
Aún así, sigo caminando por las letras, y tal vez más por las ideas que, a fin
de cuentas, son las espoletas, las fuerzas, y las que necesitan fugarse.
Loqosea se ha convertido en un rincón más oscuro que los antiguos espacios
virtuales, y yo lo tomo como reflejo de mi vida misma que, desde la luz, busca
un recoveco oscuro y cálido desde donde mirar, divagar, analizar, elegir y
volver a salir. Ahora hablo más en silencio, temo más, me hago mayor y enfermo
con mayor rapidez: ahora se me sacude la cabeza a su antojo, y quizás por todo
lo nuevo, pero ahora ya sé que estoy arrugado para salir corriendo y que, con
menos, debo conseguir más. Echo de menos lo quieto, las visitas y el fuego, lo
mío, el exceso, la convicción, pero he ganado un nuevo reto. Sostenerlo no será
difícil, porque si no lo continúo es porque, casi seguro, habré muerto. Un año:
un joven y un viejo.
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