Cada
año una vez la piedra se convierte en hombre y siente. Se sienta en un banco,
abre su botella y piensa, y se pone a escribir. Por una vez llora el dolor de
compartir lo que no puede y lo que no quiere, y se deja llevar por los rugosos,
escarpados y accidentados caminos del amor. Por una vez abre el cerrojo y,
aunque comprende siempre, intenta no comprender la otra versión, el otro lado.
Y siente que todos los roces son eléctricos, que todos los contactos son
venenos, que todos los gestos son disparos. Por una vez el muro abajo, la
armadura abierta y el yelmo al suelo. Una vez al año descansa de la lucha y se
declara vencido en la guerra suya contra sí mismo, cambiando el pensamiento de
acero por el de burbujas de aceite flotando en líquido denso y lento. Son
momentos de no quiero, de es verdad lo malo que pienso, de guardo en una caja
el polvo de magia, la erección del bello, la caricia, los besos. Aunque más de
una vez al año le quema en la piel de cuero el escupitajo de fuego del miedo…
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