Territorio hostil de miel,
poesías y mierdas, corderos por lobos, pasteles de clavos, oídos perforados,
sonrisas sardónicas, y un final que te devuelve al principio. Troya, la ciudad
de aquí al lado que nadie que no estuvo podría imaginar: una ciudad de cuervos,
de pocos amigos, sin ilusión, de obstáculos. Y en el mismo saco se mezclan
colmillos y diamantes que lucen en los cuellos de gigantes dioses vacíos que se
ríen de todo. Yo soy el grano de la avalancha de arena, polvo de nicotina y
hueso, el arlequín desnudo, el hazmerreír del mundo. Yo soy el que pierde y
además voy contra mí mismo. En esta ciudad tragicómica la realidad muere y es
más real la falsa abstracción, o muere lo real para que vivamos en las ideas o
más bien nos alejamos de lo real para que no duela: así me lo creo yo. El
tiempo aquí es sólo un grado y parece que la bondad no se trabaja sino que se
otorga en aparente premio. No merece la pena correr porque uno así retrocede, y
no hay que prestar mucha atención a los zapatos. Se critica la locura y no se
recompensa el esfuerzo, y uno acaba muriendo de tedio o de nervio. Un
intrincado “no sé” que pasa volando, un cambio repentino por la fervorosa
espera, un condenado absurdo que está acabando con mis fuerzas. No importa
decirlo cuando nadie está a la escucha...
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