A mí, que soy más bien poco, y
que me siento demasiado pequeño, a mí, que por cada día que pasa muero dos o
tres, me pides que devuelva la vida al muerto o que me enfrente a dios; yo, que
cada hora que nos deja creo menos en la guerra y menos en las personas, y menos
en mí mismo, debo meterme en una guerra que no sé dónde empieza ni dónde acaba,
aunque algunos, como los soñadores, se empeñen en ponerle nombre...no sé, no
sé...ahora amigo no es más difícil porque sigo muriendo solo y conmigo no viene
nadie: lo primero era no hacer daño, y matar y morir es el mayor de los daños.
Aunque hay algo que no ha cambiado y es que amo más la locura, tanto hasta la
incongruencia, porque encuentro la paz en lo que el ignorante conoce como
anarquía, o en lo que el sabio llama descanso del alma, allí donde no llega el
dinero, las voces o las críticas: demasiado lejos, tanto que no existe ese
lugar. No nos empeñemos en buscar porque muchas veces no existe.
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