Estoy detrás de la barrera. Miro y
observo cómo el animal inviste y cómo el corredor lo engaña. Casi siempre el
animal se enfurece, pierde; otras veces pincha a quien se mueve, a quien se
duerme. Ahora el animal se acerca a la barrera y parece que me mira. Yo creo
que sí, pero igual no. Le temo, es más fuerte que yo. Podría saltar a la arena
y acariciarle entre los cuernos, lo he hecho otras veces; algunas he salido
perdiendo. Podría también salir a driblar con cintura y jugar con mis
movimientos, o desnudarme el pecho, agarrarme a su cuello y estrujarlo hasta
que uno de los dos acabe muerto. No se quién soy, no se qué quiero. Tal vez la
muerte sea el remedio y no un duelo, es una forma de verlo. Muchas veces
prefiero mirar agazapado que no morir en un intento; tantas otras puedo
arrepentirme de no vencer por no salir al ruedo. Soy el otro siempre, porque
puedo serlo; de papel, de cartón, de piedra, de gasolina, poderosa agua en el
desierto. El otro y yo estamos muriendo, pero quiero despedirme por lo más alto,
satisfecho, metiendo un gol al final acabando así el partido. Y si queda camino
que quede sólo un recuerdo, cualquier otro, de cuando me quedé quieto y las
musas movieron por mi los hilos, de cuando quise mover los hilos y todos
bailaban a mi ritmo, de cómo todos seguían bailando y yo me fui a seguir
caminando el camino a tu lado...
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