Tengo tantas ganas de ti que
podría tragarte para tenerte de mi dentro, pero soy capaz, sin entenderlo, de
dejarte libre como las chispas del fuego, para que seas espíritu y río y
viento. Cuando vuelves tengo tanta hambre de ti que te devoro, monstruo de piedra,
de sangre y dientes. Como dios he aprendido a esperar a nada toda la eternidad,
con la voracidad y fuerza del vencedor vivo, guerrero de venas y adrenalina,
amo del silencio, abuelo del campo joven. Ya vivo el mundo a través de los
olores, con los ojos cerrados y ciegos, muriendo, creyendo y sintiendo ser
alguien, como grano de arena en el desierto, tan callado como el miedo
agazapado en el grito. No se lo que digo, ni lo que siento, ni lo que quiero;
tal vez cerrar los ojos y morirme en tu ombligo. Sigo, sigo aquí quieto
esperando a que la exactitud de la matemática nos conjure para no destrozar el
orden de los lazos, sigo aquí quieto, como dios pero como el último de los
humanos que soy, esperando a que nada me cambie, por eso debo salir corriendo
para buscar mi propio equilibrio para poder hallar el nuestro. Si nos queda
algo es una canción de despedida que hable de reencuentros...
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