viernes, 15 de mayo de 2015

Siempre Otra Vez

Odio, a todas mis ensoñaciones, a todas mis drogas, por no dejarme verte despierto, por verte en el recuerdo como un vaho de ángel. Me odio por no querer tragarte hasta los silencios, por respetarte y no abalanzarme sobre tu sorpresa. Me odio por dejarte hacer, por dejarte elegir para mí la necesidad, por permitirte manejarme según tus juegos, por escucharte y creerme todo lo que dices, por pensar que no hay más nadie después de ti. Me odio por dejar que tus dedos me toquen, por dejarme amar, me odio por tus piernas, por tus canciones, por tus sueños que me drogan, me odio por amar tus derrotas, por darte todo lo que he construido, por compartir tus infecciones, por querer vencer tus miedos, por ser tu lado mi sitio. Odio todos los espacios en los que no estás, todos los tiempos en los que no estás que son tantos; odio a mi niño ignorante e impaciente y a tu madre tranquila y segura. Odio que sepas y que seas, porque yo no se lo que soy y dejo de ser porque soy tú. Sin embargo, te siento tan grande y aspiras tanta purpurina que no hay mejor posible, ni simple tan perfecto, ni dolor tan gozoso, ni oración más escuchada, ni sueño más real, ni virgen más procreadora, ni deseo más punzante, que tú, y con sólo mirarte ya no te odio, y por haberme devuelto me odio algo menos a mí. Ahora quiero sin saberlo, y muero igual de rápido pero más poético, sin miedo, con palabras de sangre; ahora ya te tengo, para siempre, un poco, entera en mis dedos, en mi lengua, en mi nueva sonrisa, en mi sufrimiento para hacerlo más pequeño, en mis átomos, en mi genética, tal vez en lo que venga, y espero que nunca más nunca y siempre otra vez...

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