Me han echado del grupo de
fumadores; ya no me aceptan [...] Y rechazo cualquier postura; estoy inquieto
porque quiero decir que no hacen falta grandes disertaciones, sino profundas
historias dichas con escuetas y precisas palabras. Luego pienso que hay mucho
que decir cuando empiezo a escucharme, y me suelto, y fumo, porque así suben
pulsos al cerebro, los que nadie ve pero los que todos sienten. Yo los escribo
del mismo modo que lamo tus senos y sólo a mí a pan me saben: jardín de
sabores. Y luego escribo porque pienso en las grandes figuras escritoras y se
me caen los anteojos al suelo, por torpes manos las mías que tiemblan, como la
voz, como el pensamiento cuando recuerdo a las grandes figuras del texto. El
silencio es de nuevo el arte, rápido, como el buen sexo, infantil, de llanto,
eterno, de risa fácil y sincera oculta tras el gesto moderno, elocuente,
estudiado. Paz. [...] No causa la oscuridad en el adulto miedo, sino
desconocimiento y derrota por pensar que queda poca vista; pero es por eso que
el adulto ve poco: porque no quiere ver que aún sigue teniendo miedo. Miedo a
crecer y a no ver lo poco que hay en todo y que en cada momento algo se
convierte en todo aunque mañana sea pequeño. Amor, claro, no me gusta cazar
mariposas cuando su fin es vivir su máximo albedrío. Y de repente, cuando las
cosas vuelven a tener sentido, se me pronuncia una voz ronca dentro que me
espeluzna y me hace callar.
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